Esos que consideran que el acoso callejero no es para tanto, que son 'piropos' y, ahora que la tendencia es multar — con hasta euros como en Francia — su forma de relacionarse con las mujeres, se sienten perdidos. Claro que se puede ligar, solo que de otra manera y teniendo en cuenta ciertas premisas. Que un señor de 50 años le diga 'guapea', 'ese cuerpo' o le haga ruiditos de animal a una niña de 18 años al pasar por la calle, no es ligar. Que un tío se le acerque a una tía en una discoteca arrimando cebolleta y con cara de baboso, no es ligar. Las cosas no funcionan así. No es lo mismo que un tío de lejos te suelte una guarrada en la calle a que se te acerque y te diga: "Hola, perdona, es que te he visto y me has llamado muchísimo la atención. Te dejo mi teléfono y, si te apetece, quedamos un día para tomar algo y conocernos mejor". Lo primero te indigna porque un desconocido se permite opinar sobre tu cuerpo, te violenta y te hace sentir insegura, en cambio lo segundo, aunque el interés no sea mutuo, si se hace con educación no molesta en absoluto, al revés, te puede sacar una sonrisa. Cada uno tiene que encontrar su punto fuerte y explotarlo.
Que tienen en su piel constelaciones de estrellas imposibles de abarcar con una mano. Sólo un roce de tu mano basta para meterme en todos los placeres que se esconden bajo tu blusa, en el vientre que aprieta tu cintura, en el pliegue divino que hay entre tus piernas. Cuando hablas y me miras se deshace en mi pecho el corazón, y el mundo ya no es el mundo, es sólo un jirón de deseo. Y sé que estoy muerto porque entonces comprendo que eres de esas mujeres que te matan, y que ya no hay remedio. Porque eres la cura y, a la vez, la herida. Sentir tu cuerpo desnudo junto al mío. Sentir tus manos recorriendo mi cuerpo. Sentir tus labios tibios besando los míos.
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